Desde la noche de los tiempos



En el antiguo Egipto se desarrolló un sistema de medición del tiempo para los periodos nocturnos, en ese momento en el que el reloj de sol perdía su utilidad al ocultarse éste en el horizonte. Consistía, en su forma más básica, en una vasija o recipiente con varias marcas en sus paredes y un orificio en su base, se llenaba de agua y dependiendo del diámetro del orificio el agua salía con mayor o menor fluidez, conforme iba vaciándose a lo largo de la noche iba dejando al descubierto las marcas, estableciendo así los tiempos nocturnos. Había nacido La Clepsidra, palabra que proviene de la griega klepsydra, klepto (robo) hydro (agua), el ladrón de agua.

Las palabras son como gotas de esa clepsidra que miden el tiempo en pasado, presente y futuro, tengo mi recipiente lleno de esas palabras que esperan fluir lentamente como una gota de tiempo en el océano para finalmente convertirme en un ladrón de tiempo, tu tiempo.


lunes, 3 de diciembre de 2012

Oráculo


Tras un penoso viaje por fin se encontraba en el ónfalos. Era el día 7 del mes de Poseidón, el día en que recibiría el oráculo en Delfos. Previamente ya había cumplido con los trámites de rigor, había tenido un encuentro con La Pitia tras un velo de color púrpura en la que expuso la pregunta para la que deseaba el oráculo, se ofició el sacrificio ritual delante del templo de Apolo y pagó las tasas correspondientes.
 Bajó por la pequeña abertura en la montaña que daba paso a la gruta a través de una  escalera descendente que serpenteaba por el profundo y negro abismo a duras penas iluminado por correosas teas que jalonaban de trecho en trecho el camino. Se encontró delante de una amplia abertura abovedada flanqueada por un mosaico de serpientes pitones que partían de la cabeza de un inexpresivo dios Apolo, al fondo se hallaba tras un dintel sostenido por dos columnas helicoidales , una puerta de madera de una sola hoja recubierta y remachada con una plancha de bronce, se encontraba entreabierta a modo de invitación para traspasar el umbral tras el que se vislumbraba una cálida luz anaranjada. Cruzó la puerta y encontró lo que parecía la entrada al Tártaro,  ahora el camino  se hacía horizontal discurriendo por un pasillo entre paredes de  piedras  describiendo una amplia curva refulgiendo a sus lados algo parecido a  pequeños braseros de piedras incandescentes de entornos amarillentos que emitían al aire volutas de un humo azufrado que hacían irrespirable el trayecto. Haciendo acopio de valor echó mano de su blanca túnica tapando boca y nariz a la tóxica hediondez  hasta que llegó a  una sala circular de la que surgía en su centro una península rodeada de una espesa brea líquida tan negra como la noche. En ella, desnuda y sentada sobre un alto taburete de tres patas, se encontraba una anciana enjuta de pechos caídos y secos,  era La Pitia que se hallaba frente a él con la cabeza gacha de tal forma que sólo se podía contemplar su espesa y entrecana cabellera. Al fondo, cercano a la puerta de entrada a la sala en su lado opuesto se encontraba el escriba, sacerdote que, conforme habían pactado con anterioridad, daría forma en verso a las inconexas frases que La Pitia iría pronunciando en su éxtasis.
Tras una serie de invocaciones rituales que no llegó a descifrar, con áspera voz, el sacerdote le inquirió para que formulase su pregunta ante el dios Apolo. Abrumado por la escena, preguntó entrecortado:
- Dime Pitia, ¿ saldré alguna vez de la encrucijada en la que se encuentra mi vida en estos momentos?
Transcurrieron al menos diez minutos antes de que ella entrase en trance, levantando la cabeza, sujetándola entre ambas manos, dejó ver su rostro ajado por los años en los que destacaban unos inmensos ojos negros enmarcados en khol e inyectados en sangre, comenzó a hacer aspavientos con las manos pareciendo dibujar formas geométricas en el aire mientras guturaba palabras ininteligibles de forma sibilante, viéndose su cuerpo sacudido de vez en cuando por espasmos que le hacían doblarse a la vez que su boca escupía una espuma verdosa. Finalmente cayó la cabeza de nuevo sobre su pecho. Tras una espera prudencial era obvio que todo había acabado.
El escriba no dejaba de escribir en su tablilla, miraba al techo de la sala y volvía a escribir musitando palabras entre sus labios. Finalmente ató  la tablilla con una pequeña cuerda y la lanzó hacia él, a lo que seguidamente y en retirada mientras pasaba el brazo de la exhausta Pitia por entre sus hombros, dijo lacónicamente: “el oráculo ha dado a su fin”.

Leyó los versos casi que de una ceremonia se tratara:


“ Las encrucijadas de la vida son conjunción,
   De presente,  pasado y  futuro.
   Sabe del peso tu corazón.
   Tu alma conoce el camino,
   Sólo tuya es la decisión.
   Decídete”


Y salió de allí resuelto, haciendo un camino que ya no era de vuelta, sino de futuro.


Texto y Foto by Johnny