Desde la noche de los tiempos



En el antiguo Egipto se desarrolló un sistema de medición del tiempo para los periodos nocturnos, en ese momento en el que el reloj de sol perdía su utilidad al ocultarse éste en el horizonte. Consistía, en su forma más básica, en una vasija o recipiente con varias marcas en sus paredes y un orificio en su base, se llenaba de agua y dependiendo del diámetro del orificio el agua salía con mayor o menor fluidez, conforme iba vaciándose a lo largo de la noche iba dejando al descubierto las marcas, estableciendo así los tiempos nocturnos. Había nacido La Clepsidra, palabra que proviene de la griega klepsydra, klepto (robo) hydro (agua), el ladrón de agua.

Las palabras son como gotas de esa clepsidra que miden el tiempo en pasado, presente y futuro, tengo mi recipiente lleno de esas palabras que esperan fluir lentamente como una gota de tiempo en el océano para finalmente convertirme en un ladrón de tiempo, tu tiempo.


miércoles, 30 de marzo de 2011

Otros Mundos

Hay veces que la luz es tan deslumbrante fuera del túnel que me ciega, y aunque parezca que de nada sirve pinto mi oscuridad de colores, colgando cuadros en sus paredes, y escucho desde mi sitio en medio de la nada el vivo rumor que como canto de sirena es el transcurrir de la vida. La ventaja del túnel con respecto al pozo es que carece de puertas y tiene entrada y salida por muy largo que sea. No estoy sólo en el túnel, con el tiempo he palpado bultos que me hacen pensar que verdaderamente esto está muy concurrido, miles, quizás millones de sombras solitarias que se deslizan en silencio, y es que allí fuera la luz es a veces tan cegadora...





Hay otros mundos, pero están en éste.

sábado, 19 de marzo de 2011

La mujer del chubasquero rojo

Desde hace muchos años a la entrada de Sevilla, cerca de un gran centro comercial,hay uno de esos semáforos de los que llamamos por aquí “jartibles”, parece que nunca vaya a ver uno ese momento de ponerse en verde. En la medianera entre carriles se recorta una pequeña figura, es una mujer mayor, gordita, con gafas, hoy que llueve pertrechada con un gorro de lona y un chubasquero rojo. Son muchos años ya de parada obligatoria en sus dominios, es una profesional de la venta de pañuelitos de papel a los conductores del carril izquierdo de la autovía. Entre sus manos siempre lleva varios paquetitos que amablemente te ofrece con una sonrisa que a mi se me torna sincera y que aunque no le compres no varía.

Nunca tiene un mal gesto. Ofrece su socorrida mercancía sin presionar a los impacientes conductores. Es educada. No es de nacionalidad española pero tampoco sabría decir de dónde, nuestra relación solamente se traduce a un “muchas gracias” por su parte y un “no hay de qué” mío por respuesta. Observo que la mayoría de los conductores hacemos lo mismo, le damos algo de dinero y no recogemos la mercancía, supongo que es debido a que los coches sevillanos son los que más pañuelitos de papel atesoran por metro cuadrado del mundo mundial, de todas formas pienso que esta mujer saca de nosotros ese instinto madre-hijo/a, un sentimiento familiar que te deja una sonrisa bobalicona.



El semáforo se pone en verde, hemos de proseguir nuestro camino, a unos doscientos metros de pronto el apocalipsis, la conjunción de todos los elementos, las retroexcavadoras trabajan incansablemente cambiando el orden de las cosas y por ende del Universo: están construyendo una rotonda.


Sé que la echaré de menos.

sábado, 12 de marzo de 2011

Ausencia

Cruje el alma como la rama del árbol rota,
Crepitando como el leño en el fuego.
Palpitando el corazón en el oído,
Sobre la almohada del insomne.
Extraños ruidos en la noche,
Cabalgando a pelo sobre sueños,
Divagando en la certidumbre,
Del contacto de dos cuerpos.
Ausencia de ti.


jueves, 10 de marzo de 2011

Retazos de vida

Aquella canción, la luna llena, banderines y luces de colores, tu cuerpo y el mío abrazados, tu cola de caballo, la luna, cadencia, tus ojos, aquella canción, la terraza, el viento, el jazmín, tu pelo suelto, la luna, aquella canción, el brillo de tus ojos, las barcas en la lejanía, el perfume de la dama de noche, la luna, tu mano, el acantilado, los faroles rojos de las barcas, tus labios, las escaleras, tu mano, el viento, la luz plateada brillando en tus ojos, el mar, las olas, el aire, la arena, tu pelo suelto, la luna llena, la luna, la luna, tu mano, tu mano, tu mano...y la mía.

El tiempo te hace buhonero en los mercados del recuerdo.

sábado, 5 de marzo de 2011

Nefernefernefer

Tales eran mis pensamientos mientras erraba por el corredor destinado a los profanos, contemplando las santas imágenes coloreadas y leyendo las inscripciones sagradas que referían cómo los faraones habían ofrecido a Amón inmensas dádivas procedentes de su botín. Entonces fue cuando vi ante mí una mujer bellísima vestida con un traje del más sutil lino, de manera que veía sus pechos y sus muslos a través de la tela. Era alta y delgada, sus labios, sus mejillas y sus cejas estaban pintados, y me miraba con una curiosidad provocativa.
¿Cuál es tu nombre, muchacho? Me preguntó, mirando con sus ojos verdes mi túnica gris que delataba que me preparaba para la ordenación.
Sinuhé, respondí yo, confuso, sin osar levantar la vista.
Pero era tan bella y el aceite que corría por su frente olía tan bien que esperaba que me pediría que la guiase por el templo.
Sinuhé dijo ella, pensativa.
¿Entonces tienes miedo y huyes si se te confía un secreto?
Pensaba, sin duda, en la leyenda de Sinuhé, lo cual me irritaba, porque ya me habían atormentado bastante en la escuela con la leyenda de Sinuhé. Por esto me erguí y la miré cara a cara. Pero su mirada era tan extraña, tan curiosa y brillante, que sentía mis mejillas sonrojarse y un fuego extraño devoró mi cuerpo.
¿Por qué tendría miedo? Un futuro médico no teme nada.
¡Ah ...! dijo ella, sonriendo.
El polluelo pía ya antes de haber roto el cascarón. ¿Tienes entre tus camaradas un muchacho llamado Metufer? Es el hijo del constructor real.
Este Metufer era el camarada que había ofrecido vino al sacerdote dándole, además, un brazalete de oro. Me sentí desagradablemente sorprendido, pero me ofrecí para ir a buscarlo. Me decía que quizás era una hermana suya o una parienta. Esta idea me tranquilizó un poco y la miré sonriendo.
Pero, ¿cómo hacerlo puesto que no conozco tu nombre y no podré decirle quién pregunta por él?
Lo adivinará dijo golpeando el suelo con impaciencia. Esto me llevó a mirar su pie, que el polvo no había ensuciado y cuyas uñas estaban pintadas de rojo.
Sabrá quién pregunta por él. Acaso me deba algo. Quizá mi marido esté de viaje y espere a Metufer para consolarme en mi dolor.
Mi corazón se angustió nuevamente al pensar que era casada. Pero respondí valientemente:
¡Bien, bella desconocida! Voy a buscarlo. Le diré que una mujer más joven y más bella que la diosa de la Luna pregunta por él. Así sabrá en seguida quién eres, pues el que te ha visto una vez no puede olvidarte jamás.
Asustado de mi osadía di la vuelta, pero ella me sujetó del brazo, diciéndome con aire meditativo:
¡Mucha prisa tienes! Espera, tenemos todavía muchas cosas que decirnos.
De nuevo fijó sus ojos en mí y mi corazón saltó dentro de mi pecho. Después, tendió su brazo
cargado de brazaletes y sortijas y me acarició la cabeza.
¿Esta bella cabeza no tiene frío, ahora que no lleva ya sus bucles? E inmediatamente añadió:
¿Me has dicho la verdad? ¿Me encuentras realmente bella? ¡Mírame mejor!
La miré y vi que sus vestidos eran de lino real; era bella a mis ojos, más bella que todas las mujeres que había visto hasta entonces, y no hacía nada por ocultar su beldad. La miraba, y sentía cicatrizarse la herida de mi corazón; olvidaba a Amón y la Casa de la Vida, y su presencia quemaba mi cuerpo como el fuego.
No contestas dijo ella tristemente.
No tienes necesidad de contestar, porque seguramente me encuentras vieja y fea, incapaz de regocijar tus bellos ojos. Ve, pues, a buscar a Metufer, así quedarás librede mí.
Pero yo no me alejé, ni sabía qué decir, a pesar de que comprendía que se estaba burlando de mí.
Reinaba la oscuridad entre las gigantescas columnas del templo. El resplandor de la piedra arquitectónica brillaba ensus ojos y nadie podía vernos.
Acaso no sea necesario que vayas a buscarle me dijo, sonriendo.
Si gozas y te places con mi compañía, me basta, porque no tengo a nadie con quien divertirme.
Entonces me acordé de las palabras de Kipa sobre las mujeres que invitan a los muchachos a
divertirse con ellas. Fue este recuerdo tan brusco que retrocedí un paso.

¿No adiviné acaso que Sinuhé tiene miedo? Dijo ella, avanzando hacia mí.
Pero yo levanté la mano y dije rápidamente:
Sé muy bien quién eres. Tu marido está de viaje; y tu corazón es un cebo pérfido y tu seno quema con mayor ardor que el fuego.
Pero no tuve fuerzas para huir.
La bella desconocida mostró una leve confusión, pero sonrió de nuevo y me dijo:
¿Eso crees? Pues no es verdad. Mi seno no quema como el fuego; por lo contrario, se dice que es delicioso. Compruébalo tú mismo.
Me cogió la mano y la llevó a su pecho, del que sentí la belleza a través de la tenue tela; hasta tal punto que empecé a temblar y mis mejillas se sonrojaron.
No me crees todavía dijo con una decepción fingida.
Es que la tela te estorba; espera, deja que la separe.
Abrió su túnica y puso mi mano sobre su pecho desnudo. Sentí latir su corazón, pero su pecho era tierno y fresco bajo mi mano.
Ven,Sinuhé dijo en voz baja.
Ven conmigo, beberemos vino y nos divertiremos juntos.
No debo alejarme del templo dije, angustiado, sintiendo vergüenza de mi cobardía porque la
deseaba y la temía tanto como a la muerte. Debo conservarme puro hasta mi ordenación, de lo contrario me arrojarían del templo y no podría entrar jamás en la Casa de la Vida. ¡Ten piedad de mí!
Así hablé porque sabía que estaba dispuesto a seguirla si me lo hubiese pedido una sola vez más.
Pero ella tenía experiencia y comprendió mi situación angustiosa. Dirigió una mirada a nuestro
alrededor. Estábamos solos, pero la gente circulaba no lejos de nosotros y un guía explicaba a unos extranjeros las curiosidades del templo, exigiéndoles monedas de cobre para mostrarles nuevas maravillas.
Muy tímido eres, Sinuhé me dijo.
Nobles y ricos me ofrecen alhajas de oro para que acepte divertirme con ellos. Pero tú deseas permanecer puro, Sinuhé.
Querrás, sin duda, que vaya en busca de Metufer dije, desamparado. Sabía que Metufer no vacilaría en abandonar el templo toda la noche, pese a que fuese su turno de vela. Tenía medios de hacerlo porque su padre era constructor real; pero en aquel momento hubiera sido capaz de matarlo.
Quizá no deseo ya que llames a Metufer dijo con una expresión de malicia en los ojos.
Quizá también desee que nos separemos como buenos amigos. Por esto te diré mi nombre, que es Nefernefernefer; se me juzga tan bella que nadie, después de haber pronunciado mi nombre, puede evitar repetirlo dos o tres veces. También es costumbre que al separarse los amigos cambien regalos para no olvidarse mutuamente. Por esto te pido que me ofrezcas un regalo.
Así conocí de nuevo mi pobreza, porque no tenía nada que darle, ni siquiera un modesto brazalete de cobre que, por otra parte, no hubiera osado ofrecerle. Sentía tanta vergüenza de mí mismo que bajé la cabeza sin decir nada.
Pues bien, dame algo que caliente mi corazón dijo ella, levantando con su dedo mi barbilla y
aproximando su rostro al mío.
Cuando comprendí lo que deseaba toqué con mis labios sus labios tiernos. Lanzó un leve suspiro y dijo:
Gracias, ha sido un bello regalo, Sinuhé. No lo olvidaré. Pero debes ser seguramente extranjero, de un lejano país, porque no has aprendido a besar. Cómo es posible que las cortesanas de Tebas no te hayan enseñado todavía este arte pese a que tu cabello esté cortado ya?
Se quitó una sortija del pulgar, una sortija de plata y oro con una piedra verde sin grabar, y me la puso en un dedo.
También yo debo hacerte un regalo para que no me olvides, Sinuhé dijo.
Cuando hayas entrado en la Casa de la Vida, podrás hacerte grabar en ella tu sello y serás lo mismo que los nobles y los ricos. Pero recuerda que la piedra es verde porque mi nombre es Nefernefernefer y porque me han dicho que mis ojos son verdes como el Nilo bajo los rayos del sol.
No puedo aceptar tu sortija, Nefernefernefer y la repetición de este nombre me causó un goce
indecible.
Pero no te olvidaré jamás.
¡Qué tontería! Dijo ella. Guarda la sortija, puesto que yo lo quiero. Guárdala a causa de mi capricho, porque sé que me traerá algún día un gran interés.
Agitó su dedo meñique delante de mis ojos y me dijo con coquetería:
Desconfía siempre de las mujeres cuyo seno es más ardiente que el fuego.
Dio media vuelta y se alejó, prohibiéndome acompañarla. Desde la puerta del templo la vi subir a unalitera ricamente adornada; el corredor salió para abrirle paso gritando. Vi a la gente apartarse y susurrar después, pero su marcha me dejó sumido en una espantosa sensación de vacío, como si me hubiese arrojado de cabeza a algún sombrío abismo.
Metufer vio la sortija en mi mano algunos días después, me cogió la mano y, contemplando la sortija,
dijo:
¡Por los cuarenta y dos babuinos de Osiris! Nefernefernefer, ¿verdad? ¡Jamás lo hubiera creído de ti!
Me miró con aire de respeto, pese a que el sacerdote me hubiera encargado barrer el suelo y realizar los más bajos menesteres porque no le había llevado ningún regalo.
En aquel momento odiaba a Metufer como sólo puede odiar un adolescente. A pesar de que ardía en deseos de interrogarlo sobre Nefernefernefer, me abstuve porque no quería rebajarme tanto. Oculté mi secreto en mi corazón, porque la mentira es más exquisita que la verdad y el sueño más puro que la realidad terrestre. Admiraba la piedra verde en mis dedos, evocaba sus ojos y su delicioso seno y sentía el olor de su perfume. Sus labios dulces tocaban los
míos y me consolaba, porque Amón se me había ya aparecido y mi fe se había derrumbado.
Por esto al pensar en ella murmuraba: .Hermana mía.» Era a mis oídos como una caricia, porque desde la más remota antigüedad esta palabra ha significado: “Mi adorada.»