En un fin de semana de estos fríos que han venido en enero,
me encontraba en ese estado casi vegetativo arropado por la manta de la mesa
camilla con brasero eléctrico de éstos que usamos por el Sur en un intento de
combatir los rigores del invierno para los que no estamos preparados, justo es
reconocerlo; en TV echaban la película 7 años en el Tibet, como no la había
visto rápidamente me enganché a verla. Mi devoción por el Tibet me viene desde
que leí El Tercer Ojo, escrito por un Lama tibetano llamado Lobsang Rampa, que
a la postre ni era Lama, ni tibetano (no había puesto un pie en los Himalayas),
en fin… hijo de un fontanero británico, pero tuvo la virtud de iniciarme en ese
país tan misterioso, más bien por desconocido. La película en sí, psssseee, no
es de esas que te dejan huella, pero si te lleva a leer el libro homónimo
escrito por Heinrich Harrer, que vivió la aventura en sus propias carnes. Y en
eso he andado estos días atrás, paseando por un Tibet de mediados de los años
cuarenta y apenas conocido por los occidentales, visto a través de los ojos de
un viajero que va descubriendo costumbres y vivencias del todo desconocidas, ni
mejor ni peor, simplemente distintas.
Es cierto que la lectura de este libro me ha hecho
reflexionar, y bastante, acerca de mis temores a viajar a los sitios con los
que he soñado a través de los libros, por ejemplo, soy un enamorado de Egipto,
y ciertamente he tenido y tengo posibilidades de ir a visitarlo, pero dudo de
que finalmente lo haga, el mío es un Egipto hecho a mi medida, anclado en mis
sueños, he sido selectivo en lo que he visto, leído o me han comentado sobre él, ahí es precisamente donde radica mi
temor, que las hordas de turistas, las colas, las prisas y el mercantilismo,
rompan ese cántaro que contiene mis sueños y fantasías, en definitivas cuentas…el
encanto.
Será que ya doy por hecho que no podré ser un aventurero de
los de antaño, ahora la aventura se circunscribe al riesgo por diversión que no
por conocimiento, o descubrir algún que otro pez o cefalópodo radicado en las
profundidades abisales, y yo no me veo en esas; si vas a Kenya no se te ocurre contarles a tus
amistades como viven los Massai, y menos enseñarles fotos o vídeos!!! corres el
riesgo de perderlos para siempre, aparte de que los Massai ya van camino de la occidentalización y no me
extrañaría que pagaran impuestos de bienes inmuebles, vivimos en un mundo tan
unificado (lo prefiero al término globalizado) que ya nada produce asombro. En
fin, no es una crítica, tampoco que yo sea romántico, más bien es un quejido
del alma… maldito Tibet…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
anda ponme argo aquí