Desde la noche de los tiempos



En el antiguo Egipto se desarrolló un sistema de medición del tiempo para los periodos nocturnos, en ese momento en el que el reloj de sol perdía su utilidad al ocultarse éste en el horizonte. Consistía, en su forma más básica, en una vasija o recipiente con varias marcas en sus paredes y un orificio en su base, se llenaba de agua y dependiendo del diámetro del orificio el agua salía con mayor o menor fluidez, conforme iba vaciándose a lo largo de la noche iba dejando al descubierto las marcas, estableciendo así los tiempos nocturnos. Había nacido La Clepsidra, palabra que proviene de la griega klepsydra, klepto (robo) hydro (agua), el ladrón de agua.

Las palabras son como gotas de esa clepsidra que miden el tiempo en pasado, presente y futuro, tengo mi recipiente lleno de esas palabras que esperan fluir lentamente como una gota de tiempo en el océano para finalmente convertirme en un ladrón de tiempo, tu tiempo.


miércoles, 24 de diciembre de 2025

 El olor, el sabor, la vista, el oído, el tacto.

Los sentidos. No son solo cinco, lo sé, pero por ahora basta con nombrarlos así, como quien enumera puertas sin decidir todavía cuál va a cruzar.

Oler tu fragancia: el desorden del pelo, el hueco del cuello. Reconocer el sabor de los labios, de los besos, de la piel. Escuchar el susurro de las palabras en el oído, la respiración que se vuelve sonido y rompe el silencio. Ver el cuerpo delinearse en el espacio exacto de mis manos, la humedad retenida en los ojos. Sentir: la presión de una mano, la boca, el recorrido lento por las caderas, la extensión casi infinita de la espalda.

Durante mucho tiempo pensé que el placer tenía un centro preciso. Un punto reconocible al que todo conducía, como si el cuerpo obedeciera a una lógica clara y ordenada. Esa idea era cómoda: permitía nombrar, anticipar, cerrar.

La experiencia la desarmó.

No fue un punto del cuerpo.

Fue todo el cuerpo a la vez.

Lo que ocurre entonces no es una culminación, sino una superposición. Los sentidos dejan de operar por separado y colapsan unos sobre otros hasta volverse indistinguibles. Oler es también tocar. Ver es una forma de escuchar. El cuerpo ya no responde a compartimentos, sino a una simultaneidad que lo desborda.

Quizá por eso el orgasmo no sea solo una reacción física, sino una forma extrema de atención. Un momento en el que no queda resto, ni distancia, ni afuera posible. Todo está ahí, implicado, a la vez, sin jerarquías.

El cuerpo, cuando goza así, no confirma lo que creemos de él. Lo corrige.

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