Instalado en la soledad de la oscura noche, mientras todo aparenta dormitar, levanto mi rostro al encuentro con mi ego. Pasiones, amores, odios y deseos camuflados por miedo a la palabra desnuda nacida en lo más inextricable de las entrañas, es así como nacen esos mundos etéreos, hoy tal vez un claro de luna, mañana una canción, un acantilado, un jardín poético, constelaciones imaginarias ó estrellas errantes y efímeras, quizá soles lejanos que duran una sola noche, mundos que dibujo al ritmo mecánico de un teclado en el vano intento de la liberación del ánimo encadenado.
Buscando, la más de las veces, consuelo y amparo en las palabras amigas de quién vivió y sintió escarbando sin miramientos de conciencia y desnudo ante su propio yo, palabras que reverberan cansinas a modo de letanías en mis oídos, palabras que no cesan de susurrarme que el soñar se convierte en pesadilla cuando pongo vallas a los cielos.
Llega la mañana y en la mente todavía resonando a modo de eco lejano el zumbido de alarma nocturno, el mismo que machaca mis sentidos, el mismo que no cesa de recordarme aquello de pobre del poeta que mantiene sus pies en la tierra.
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