Desde la noche de los tiempos



En el antiguo Egipto se desarrolló un sistema de medición del tiempo para los periodos nocturnos, en ese momento en el que el reloj de sol perdía su utilidad al ocultarse éste en el horizonte. Consistía, en su forma más básica, en una vasija o recipiente con varias marcas en sus paredes y un orificio en su base, se llenaba de agua y dependiendo del diámetro del orificio el agua salía con mayor o menor fluidez, conforme iba vaciándose a lo largo de la noche iba dejando al descubierto las marcas, estableciendo así los tiempos nocturnos. Había nacido La Clepsidra, palabra que proviene de la griega klepsydra, klepto (robo) hydro (agua), el ladrón de agua.

Las palabras son como gotas de esa clepsidra que miden el tiempo en pasado, presente y futuro, tengo mi recipiente lleno de esas palabras que esperan fluir lentamente como una gota de tiempo en el océano para finalmente convertirme en un ladrón de tiempo, tu tiempo.


domingo, 14 de marzo de 2010

Musas

Ummm las musas...., efímeras presencias femeninas que hacen que puedas tener un día tonto (o un montón de días), de esos que empiezas escribir, hablar, dibujar, cantar, cosas que en circunstancias normales no harías, imbuido en el deber al trabajo, al estudio, o cualquier otra obligación.

Son pasajeras, entran un día en tu vida, trastocando todos los conceptos por los que te riges, enalteciendo tu espíritu, te hacen sentir muy especial y feliz, eres productivo en el mundo de los sueños, mago de lo sutil, de lo etéreo, sublime en las ideas, irracional en el pensamiento. Y, es curioso, aparte de que ellas te hacen saber vehementemente que todo tiene un final, uno percibe cuando están prestas a irse, como pasajeras que son, por el frío, sí el frío, poco a poco todo empieza a volverse frío, cada día o cada momento un poquito más. En este estado, uno empieza a sentirse cada vez más espeso, cristalizándose en hielo, se van congelando lentamente los sueños, la felicidad, la magia. Uno vuelve al ritmo de lo cotidiano como refugio seguro de ese frío, y uno se pone a hibernar, con la certeza de que llegará otro día, más tarde o más temprano, en que otro rayo de sol pondrá a calentar lo ahora congelado.


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